“La escuela no tiene que ser un asilo, ni un lugar de guardería, ni una institución donde sólo se aprenden las primeras letras. Tiene que ser más y tiene que ser otra cosa. Tiene que tener taller y jardín; centro de actividad; estímulo y ordenación del espíritu; preparación del ánimo parar afrontar con audacia serena la vida; desarrollo pleno de la personalidad; capacitación."
Estas frases no son de ningún pedagogo singular e iluminado sino que se encuentran en el preámbulo de una normativa para la educación primaria del año 1936.
Aquella era una coyuntura histórica muy especial, pero si repasásemos preámbulos y exposiciones de motivos, de muchas de las leyes educativas de los estados (poned todas las siglas que queráis: LGE, LOGSE, LOCE, LOE…) y de diferentes épocas, encontraríamos grandes ideales que corresponden con las prácticas burocratizadas que definen buena parte de estos mastodónticos artefactos que denominamos sistemas educativos. Que, si bien aseguran la educación a una parte de la población del mundo, se alejan demasiado a menudo del objetivo, digamos oficial, para el cual han sido creados: contribuir decisivamente a la consolidación de personalidades libres.